Érase una vez, en la alegre época de Navidad, seis niñas que llevaban una vela centelleante cada una. Se reunieron, con los rostros iluminados por el resplandor de sus velas, dispuestas a compartir un secreto.
—Hoy es una noche especial —empezó la primera niña con los ojos brillantes de picardía—. Nos visitará un hombre muy alegre. Llegará tarde, deslizándose por la chimenea. Nosotras lo estaremos esperando y, ¡quizás lo atrapemos si podemos!
Y así murmuraban y reían, imaginando a su invitado sorpresa.
La segunda niña añadió:
—Este secreto debe quedar entre nosotras, porque sabes que el Duende podría oírnos. Nos llena los calcetines cuando dormimos, arropados bajo nuestras mantas —todas rieron de nuevo, imaginando sus calcetines rebosantes de sorpresas.
Entonces la tercera niña empezó, con voz de asombro:
—Me pregunto cómo se las arregla el alegre Duende para dejar su trineo esperando en el tejado. ¿Y si sus renos se escapan?
Y todas cuchicheaban y especulaban sobre las travesuras de los renos en el tejado.
La cuarta niña intervino, curiosa como siempre:
—¿Cómo puede Santa Claus llevar tantos juguetes bonitos en una mochila tan pequeña? ¿Cómo es posible? —las otras niñas se encogieron de hombros, sabiendo que formaba parte de la magia de Santa Claus.
La quina niña habló un poco preocupada:
—¿Y si estamos todas despiertas cuando venga Santa Claus? He oído que es bastante tímido. ¿Pasaría de largo?
Las otras niñas la tranquilizaron, recordándole que Santa Claus nunca se olvidaría de ellas.

Finalmente, la sexta niña, sosteniendo su vela en alto, declaró:
—Nuestras velas están esperando para iluminar la noche. Pronto brillarán. ¡Es un espectáculo tan bonito! —todas asintieron con los rostros iluminados por la expectación y la alegría.
Justo cuando estaban a punto de encender las velas, apareció el Duende. Con un alegre tintineo de campanillas, preguntó:
—¿Por qué llevan velas, señoritas? ¿Qué secreto esconden?
Con un coro de risitas, las chicas confesaron:
—Estamos esperando al alegre Santa Claus. ¡Esperamos atraparlo en plena actuación!
El Duende se rio a carcajadas y advirtió:
—Santa Claus es muy tímido, señoritas. Si están despiertas, podría pasar de largo.
Entonces, las niñas pidieron al Duende que les encendiera las velas y prometieron irse a la cama. Con un brillo en los ojos, el Duende encendió las velas, llenando la habitación de un suave resplandor dorado.
—Gracias, amable Duende —dijeron a coro, levantando las velas encendidas. Con una última promesa a Santa Claus de dormir, se marcharon a la cama, con sus risas y susurros desvaneciéndose en la noche.
Y así, con las velas encendidas y los corazones llenos de ilusión, las niñas se durmieron soñando con el alegre hombre de rojo, el Duende y la magia de la Navidad. Sabían que cuando se despertaran, sus calcetines estarían llenos y el secreto de Santa Claus seguiría a salvo un año más.