Érase una vez, en un tranquilo pueblecito, cuatro niñas: María, Rita, Florencia y Elena, que tenían entre diez y catorce años. Habían decidido que el Halloween de este año sería tranquilo y lo pasarían en la comodidad de sus casas.
Mientras Rita se sentaba con María en el acogedor salón de su casa, declaró:
—Me siento aliviada de que este año hayamos optado por un Halloween tranquilo. Ya hemos superado juegos como buscar manzanas y lanzar cáscaras de manzana. Parece que llevamos haciéndolo desde que éramos pequeños
María respondió:
—Lo sé, ¿verdad? Muchas otras chicas sienten lo mismo. Por eso pensé que una noche tranquila en mi casa sería mejor que cualquier otra cosa, sobre todo porque mi madre iba a una fiesta en el club.
Justo cuando las chicas estaban hablando, oyeron que llamaban a la puerta. Eran Florencia y Elena, que estaban encantadas de unirse a ellas en su confortable refugio de Halloween. Al cabo de un rato, la conversación tomó un tono espeluznante, con historias de fantasmas y sucesos misteriosos.
Mientras María ofrecía palomitas recién hechas a todas, sacó a relucir un libro que su hermano Bob había sacado de la biblioteca. Las niñas sintieron curiosidad y animaron a María a leerlo. Con una sonrisa, María abrió el libro y empezó a leer una historia sobre una anciana que vivía sola en una casa grande.
Justo cuando el suspenso aumentaba, un misterioso golpe resonó en la habitación. Las niñas se volvieron hacia la ventana y vieron una figura vestida de blanco, ¡parecida a un fantasma! La habitación se llenó de jadeos y gritos, pero María las tranquilizó diciendo:
—Debe ser un papel volando en el viento.

Mientras María continuaba la historia, describiendo una bruja, un gato negro gigante y un búho, extrañamente, cada personaje de la historia parecía aparecer en la ventana. Esto provocó bastantes sustos y chillidos de las niñas.
De repente, Bob entró en la habitación, con cara de extrañeza al ver a las aterrorizadas chicas. Cuando le contaron lo espeluznante del avistamiento, Bob sonrió satisfecho.
—¿Están dispuestas a reparar cualquier daño que hicieran a estas criaturas, si descubro la causa de su extraña aparición? —preguntó.
Rita y Florencia se quedaron estupefactas.
—¿Cómo íbamos a ofender a un gato, a un búho o a un fantasma?
—Déjenme ver qué puedo hacer —rio Bob, y salió de la habitación.
Momentos después, Bob regresó, no solo, sino con tres de sus amigos, Rafael, Haroldo y Jaime. ¡Los chicos iban disfrazados de los espeluznantes personajes del cuento de María!
Bob confesó entonces:
—Los chicos nos sentimos excluidos cuando no nos invitaron a la fiesta. Así que pensamos en una forma única de unirnos a la diversión. Trajimos manzanas, nueces y caramelos para compartir. ¿Podemos unirnos ahora?
Con la risa sustituyendo al miedo, las niñas aceptaron que los niños se unieran. Puede que no tuvieran la noche tranquila que habían planeado, ¡pero sin duda fue un Halloween que nunca olvidarían!