Un día que Pooh estaba pensando y se le ocurrió ir a ver a Igor, porque no lo había visto desde ayer. Y mientras caminaba por el brezo, cantando para sí mismo, recordó de repente que no había visto a Búho desde anteayer, así que pensó que se asomaría al bosque de los Cien Acres por el camino y vería si Búho estaba en casa.
Pues bien, siguió cantando, hasta que llegó a la parte del arroyo donde estaban los peldaños, y cuando estaba en medio del tercer peldaño empezó a preguntarse cómo les iría a Kanga, Roo y Tigger, porque todos vivían juntos en una parte distinta del bosque. Y pensó:
—Hace mucho que no veo a Roo, y si no lo veo hoy será aún más tiempo.
Así que se sentó en la piedra en medio del arroyo y cantó otro verso de su canción, mientras se preguntaba qué hacer.
El otro verso de la canción era algo así:Podría pasar una mañana feliz,
Viendo a Roo,
Podría pasar una mañana feliz
Siendo Pooh.
Porque no parece que importe,
Si no aumento mi engorde,
(y mejor que no engorde),
Lo que yo haga. Salud.

El sol calentaba tan agradablemente y la piedra, en la que llevaba mucho tiempo sentado, también estaba tibia, que Pooh casi había decidido seguir siendo Pooh en medio del arroyo durante el resto de la mañana, cuando recordó a Conejo.
—Conejo —se dijo Pooh—, me gusta hablar con Conejo. Habla de cosas sensibles. No usa palabras largas y complicadas, como Búho. Usa palabras cortas y fáciles como ‘¿qué hay del almuerzo?’ y ‘Sírvete, Pooh’. Supongo que debería ir a ver a conejo.
Lo que lo hizo pensar en otro verso:
Me gusta su forma de hablar,
claro que sí.
Es la forma más agradable de hablar
para ti y para mí.
Y un ‘Sírvete’ de Conejo
sea una costumbre que manejo,
una costumbre que es un buen consejo
Para un Pooh.
Así que cuando hubo cantado esto, se levantó de su piedra, volvió a cruzar el arroyo, y se puso en camino hacia la casa de Conejo.
Pero no había llegado lejos cuando empezó a decirse a sí mismo:
—Si, pero supongamos que Conejo está fuera. O supongamos que vuelvo a quedarme estancado en su puerta al salir, como me pasó una vez cuando su puerta no era lo suficientemente grande. Porque sé que no estoy engordando, pero su puerta delantera puede estar adelgazando. Entonces, ¿no sería mejor si…?
Y todo el tiempo que decía cosas como esta, se dirigía cada vez más hacia el oeste, sin pensar; hasta que de repente se encontró de nuevo frente a la puerta de su casa.
Y eran las once.
Que era la hora de un poco de algo…
Media hora más tarde estaba haciendo lo que siempre había querido hacer, se dirigía a la casa de Piglet. Y mientras caminaba, se limpiaba la boca con el dorso de la pata y cantaba una canción bastante fluida a través del pelaje. Decía así:
Podría pasar una mañana feliz
Viendo a Piglet.
Y no podría pasar una mañana feliz
Sin ver a Piglet.
Y no pareciera importar
Si no veo a Búho y a Igor
(o cualquiera de los otros),
Y no voy a ver a Búho ni a Igor
(o cualquiera de los otros)
O a Christopher Robin.
Escrita así, no parece una canción muy buena, pero viniendo de un pálido osezno peludo a eso de las once y media de una mañana muy soleada, a Pooh le pareció una de las mejores canciones que había cantado nunca. Así que siguió cantándola.

Piglet estaba ocupado cavando un pequeño hoyo en el patio de su casa.
—Hola, Piglet —dijo Pooh
—Hola, Pooh —dijo Piglet dando un salto de sorpresa—. Sabía que eras tú.

—Yo también —dijo Pooh—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy plantando una bellota, Pooh, para que crezca hasta convertirse en un roble, y tener un montón de bellotas justo fuera de mi puerta principal en lugar de tener que caminar kilómetros y kilómetros, ¿lo ves, Pooh?
—¿Y si no? —dijo Pooh
—Lo hará, porque Christofer Robin dijo que lo hará, por eso lo estoy plantando.
—Bueno —dijo Pooh—, si planto un panal fuera de mi casa, entonces crecerá hasta convertirse en una colmena.
Piglet no estaba tan seguro de esto.
—O un trozo de panal —dijo Pooh—, para no desperdiciar demasiado. Solo que entonces podría conseguir sólo un trozo de colmena, y podría ser el trozo equivocado, donde las abejas estuvieran zumbando y no haciendo miel. Que fastidio.
Piglet estuvo de acuerdo con que eso sería bastante molesto.
—Además, Pooh, es una cosa muy difícil plantar, a menos que sepas cómo hacerlo —dijo; y puso la bellota en el hoyo que había hecho, la cubrió con tierra y saltó sobre ella.

—Yo sí sé —dijo Pooh—, porque Christofer Robin me dio una semillita de capuchina, y la planté y voy a tener capuchinas por toda la entrada.
—Pensé que se llamaban nasturtiums —dijo Piglet tímidamente mientras seguía saltando.
—No —dijo Pooh—. Estas no. Estas se llaman capuchinas.
Cuando Piglet terminó de saltar, se limpió las patas en la frente y dijo:
—¿Qué hacemos ahora?
Y Pooh dijo:
—Vamos a ver a Kanga, a Roo y a Tigger.
—S-si. Vamos —dijo Piglet, porque todavía estaba un poco preocupado por Tigger, que era un animal muy saltarín y con una manera de decir ‘¿Cómo estás?’ que siempre te dejaba las orejas llenas de arena, incluso después de que Kanga le dijera ‘Con cuidado, Tigger querido’ y te ayudara a levantarte de nuevo. Así que emprendieron camino a la casa de Kanga.
Sucedió que Kanga se había sentido bastante maternal esa mañana, y quería contar cosas; como los chalecos de Roo, cuántos trozos de jabón quedaban, y las dos manchas limpias en el comedero de Tigger; así que los había enviado con un paquete de bocadillos de berro para Roo y un paquete de bocadillos de extracto de malta para Tigger, para que pasaran una larga y agradable mañana en el bosque sin hacer travesuras. Y se fueron.

Y mientras iban, Tigger dijo a Roo (que quería saber) todo sobre las cosas que podían hacer los Tiggers.
—¿Pueden volar? —preguntó Roo
—Si —dijo Tigger—, son muy buenos voladores; los Tiggers lo son. Muy buenos voladores.
—¡Oh! —dijo Roo—¿Pueden volar tan bien como Búho?
—Si —dijo Tigger—, sólo que no quieren.
—¿Por qué no quieren?
—Bueno, de alguna manera no les gusta.
Roo no podía entenderlo, porque pensaba que sería estupendo poder volar, pero Tigger dijo que era difícil explicárselo a alguien que no fuera un Tigger.
—Bueno —dijo Roo—, ¿pueden saltar tan lejos como los Kangas?
—Si —dijo Tigger—, cuando quieren.
—Me encanta saltar —dijo Roo—. Veamos quién puede saltar más lejos, tú o yo.
—Puedo —dijo Tigger—, pero no debemos parar ahora o llegaremos tarde.
—¿Tarde para qué?
—Para lo que sea que queramos llegar a tiempo —dijo Tigger, apresurándose.
Al poco rato llegaron a los Seis Pinos
—Puedo nadar —dijo Roo—. Me caí al río y nadé. ¿Saben nadar los Tiggers?
—Por supuesto que saben. Los Tiggers pueden hacer de todo.
—¿Pueden trepar los árboles mejor que Pooh? —preguntó Roo, deteniéndose bajo el pino más alto y mirándolo.
—Trepar árboles es lo que mejor hacen —dijo Tigger—. Mucho mejor que Pooh.
—¿Podrían trepar éste?
—Siempre están trepando árboles como ese —dijo Tigger—. Arriba y abajo todo el día.
—Oh, Tigger, ¿de verdad lo hacen?
—Te mostraré —dijo Tigger valientemente—, y puedes sentarte en mi espalda y mirarme.
Porque de todas las cosas que había dicho que los Tiggers podían hacer, la única de la que se sentía realmente seguro de repente, era trepar a los árboles.
—¡Tigger, Tigger, Tigger! —chilló Roo con entusiasmo.
Así que se sentó en la espalda de Tigger y subieron. Y durante los primeros tres metros, Tigger se sintió feliz.
—¡Arriba!
Y durante los siguientes tres metros dijo:
—Siempre dije que los Tiggers podían trepar árboles.
Y durante los siguientes tres metros dijo:
—No es que sea fácil.
Y durante los siguientes tres metros dijo:
—Por supuesto, también hay que bajar. Hacia atrás.
Y entonces dijo:
—Lo cual será difícil… A menos que uno cayera… cuando sería… FÁCIL.
Y al oír la palabra ‘fácil’, la rama en la que estaba de repente se rompió, y sólo consiguió agarrarse a la que tenía encima mientras sentía que se iba… y luego, lentamente, pasó la barbilla por encima… y luego una pata trasera… y luego la otra… hasta que por fin se sentó en ella, respirando de prisa, y deseando haberse metido a nadar en lugar de esto.
Roo se bajó y se sentó a su lado.
—Oh, Tigger —dijo emocionado—, ¿estamos en la cima?
—No —dijo Tigger.
—¿Vamos a la cima?
—No —dijo Tigger.
—Oh —dijo Roo con tristeza. Y luego continuó esperanzado—, ha sido muy bonito cuando fingiste que nos íbamos a caer al fondo y no fue así. ¿Lo harías otra vez?
—NO —dijo Tigger.
Roo se quedó callado un rato y luego dijo:
—¿Comemos nuestros bocadillos, Tigger?
Y Tigger le respondió:
—Si, ¿dónde están?
—Al pie del árbol —dijo Roo.
—No creo que sea mejor que nos lo comamos todavía —dijo Tigger.
Así que no lo hicieron.
Poco a poco llegaron Pooh y Piglet. Pooh le decía a Piglet con voz cantarina que no parecía importar, si no engordaba más, y él no creía que estuviera engordando más, que lo hacía; y Piglet se preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de que salieran las bellotas.
—¡Mira, Pooh! —dijo Piglet de repente—. Hay algo en uno de los pinos.
—¡Así es! —dijo Pooh, mirando hacia arriba con asombro.
—Hay un animal.
Piglet tomó a Pooh del brazo, por si se asustaba.
—¿Es uno de los animales mas feroces? —dijo, mirando hacia el otro lado.
Pooh asintió.
—Es un Jagular —dijo.
—¿Qué hacen los Jagulares? —preguntó Piglet, esperando que no lo hicieran.
—Se esconden en las ramas de los árboles y se dejan caer sobre ti cuando pasas por debajo —dijo Pooh—. Christofer Robin me lo dijo.
—Tal vez sería mejor no pasar por debajo, Pooh. Por si se cae y se hace daño.
—No se lastiman —dijo Pooh—. Son muy buenos caedores.
Piglet seguía pensando que estar debajo de un Muy Buen Caedor sería un error, y se iba a apresurar a regresar por algo que había olvidado cuando el Jagular los llamó.
—¡Ayuda! ¡Socorro! —gritó.
—Eso es lo que hacen siempre los Jagulares —dijo Pooh, muy interesado—. Gritan ‘ayuda, socorro’ y luego, cuando levantas la mirada, te caen encima.

—Estoy mirando hacia abajo —gritó fuerte Piglet, para que el Jagular no se equivocara por accidente.

Algo muy excitado junto al Jagular lo oyó y chilló:
—¡Pooh y Piglet! ¡Pooh y Piglet!
De repente, Piglet sintió que era un día mucho más bonito que lo que había pensado. Todo cálido y soleado…
—¡Pooh! —gritó—¡Creo que son Tigger y Roo!
—Así es —dijo Pooh—Yo creía que eran un Jagular y otro Jagular.
—¡Hola, Roo! —gritó Piglet —¿Qué estás haciendo?
—¡No podemos bajar, no podemos bajar! —gritó Roo—¿No es divertido? Pooh, ¿no es divertido? Tigger y yo estamos viviendo en un árbol, como Búho, y nos vamos a quedar aquí para siempre. Puedo ver la casa de Piglet. Piglet, puedo ver tu casa desde aquí, ¿no estamos altos? ¿La casa de Búho está tan alta como esta?
—¿Cómo llegaron allí, Roo? —preguntó Piglet.
—¡En la espalda de Tigger! Y los Tiggers no pueden trepar hacia atrás, porque la cola les estorba, Y Tigger se olvidó de eso cuando empezamos, y acaba de recordarlo. Así que tenemos que quedarnos aquí para siempre; a menos que subamos más. ¿Qué dijiste, Tigger? Oh, Tigger dice que si subimos más no podremos ver tan bien la casa de Piglet, así que vamos a parar aquí.
—Piglet —dijo Pooh solemnemente, cuando oyó todo esto—, ¿qué haremos? —y comenzó a comer los bocadillos de Tigger.
—¿Están atascados? —preguntó Piglet ansiosamente.
Pooh asintió.
—¿No podrías trepar hasta ellos?
—Podría, Piglet, y podría bajar a Roo sobre mi espalda, pero no podría bajar a Tigger. Así que debemos pensar en otra cosa —y, pensativo, empezó a comerse también los bocadillos de Roo.
No sé si se le habría ocurrido algo antes de terminarse el último bocadillo, pero acababa de llegar al penúltimo cuando se oyó un crujido entre los helechos y aparecieron Christopher Robin e Igor paseando juntos.
—No me sorprendería que mañana granizara mucho —decía Igor—; ventiscas y todo eso. Estar bien hoy no significa nada. No tiene sig… ¿cuál es la palabra? Bueno, no tiene nada de eso. Es sólo una pequeña parte del tiempo.
—¡Ahí está Pooh! —dijo Christofer Robin, a quien no le importaba mucho lo que hiciera mañana, con tal de salir.
—¡Hola, Pooh!
—¡Es Christofer Robin! —dijo Piglet—. Él sabrá qué hacer.
Se apresuraron a acercarse a él.
—Oh, Christofer Robin —comenzó Pooh.
—E Igor —dijo Igor.
—Tigger y Roo están justo arriba de los Seis Pinos y no pueden bajar, y….
—Y yo estaba diciendo —interrumpió Piglet—, que si sólo Christofer…
—E Igor…
—Si tan solo estuvieran aquí, entonces podríamos pensar en algo que hacer.
Christofer Robin miró a Tigger y Roo, y trató de pensar en algo.
—He pensado —dijo Piglet con seriedad—, que, si Igor se pusiera al pie del árbol, Pooh subiera a la espalda de Igor y yo me subiera a los hombros de Pooh…
—Y si la espalda de Igor se rompiera de repente, entonces todos podríamos reír. ¡Jajaja! Divertido de cierto modo —dijo Igor—, pero no muy útil.
—Bueno —dijo Piglet mansamente—, pensé…
—¿Se te rompería la espalda, Igor? —preguntó Pooh muy sorprendido.
—Eso es lo que sería tan interesante, Pooh. No estar muy seguro hasta hacerlo.
—¡Oh! —dijo Pooh; y todos empezaron a pensar de nuevo.
—¡Tengo una idea! —gritó Christofer Robin de repente.
—Escucha esto, Piglet —dijo Igor—, y entonces sabrás lo que estamos tratando de hacer.
—Me quitaré la túnica y cada uno sostendrá una esquina, y entonces Roo y Tigger podrán saltar en ella, y será todo suave y saltarín para ellos, y no se harán daño.
—Bajar a Tigger —dijo Igor—, y no hacer daño a nadie. Mantén esas dos ideas en tu cabeza, Piglet, y estarás bien.
Pero Piglet no escuchaba, estaba muy entusiasmado con la idea de volver a ver los tirantes azules de Christopher Robin. Sólo los había visto una vez antes, cuando era mucho más pequeño y, al estar un poco sobreexcitado por ellos, había tenido que irse a la cama media hora antes de lo habitual; y desde entonces siempre se había preguntado si eran realmente tan azules y tan tirantes como él había pensado. Por eso, cuando Christopher Robin se quitó la túnica y vio que sí lo eran, se sintió de nuevo muy amigo de Igor, sujetó la esquina de la túnica a su lado y le sonrió alegremente. E Igor le devolvió el susurro:
—No digo que no vaya a haber un accidente ahora. Los accidentes son cosas curiosas. Nunca los tienes hasta que los tienes.
Cuando Roo comprendió lo que tenía que hacer, se entusiasmó y gritó:
—¡Tigger, Tigger, vamos a saltar! ¡Mírame saltar, Tigger! Mi salto será como volar. ¿Puede hacerlo Tigger? —Y chilló—¡Ya voy, Christofer Robin!
Y saltó directo al centro de la túnica. Iba tan deprisa que volvió a saltar casi tan alto como donde estaba antes, y siguió saltando y diciendo ‘oh’ durante un buen rato, hasta que por fin se detuvo y dijo:
—¡Oh, que bonito! —y lo pusieron en el suelo.
—Vamos Tigger —gritó—, es fácil.
Pero Tigger se aferraba a la rama y se decía a sí mismo:
—Está muy bien para los animales que saltan, como los canguros, pero es muy diferente para los animales que nadan, como los Tiggers —y pensó en sí mismo flotando de espaldas por un río, o yendo de una isla a otra, y sintió que ésa era realmente la vida de un Tigger.
—Vamos —llamó Christofer Robin—, estarás bien.
—Espera un momento —dijo Tigger nervioso—, tengo un trocito de corteza en el ojo —y se movió lentamente sobre su rama.
—¡Vamos, es fácil! —chilló Roo. Y de pronto Tigger descubrió lo fácil que era.
—¡Ay! —gritó mientras el árbol pasaba volando a su lado.
—¡Cuidado! —gritó Christofer Robin a los demás.
Se oyó un estruendo, un ruido de desgarro y un montón de gente confundida en el suelo.
Christopher Robin, Pooh y Piglet se levantaron primero, y luego levantaron a Tigger, y debajo de todos los demás estaba Igor.
—¡Oh, Igor! —gritó Christofer Robin—¿estás herido? —y lo palpó con bastante ansiedad, le sacudió el polvo y lo ayudó a levantarse de nuevo.
Igor no dijo nada durante un buen rato; luego dijo:
—¿Está Tigger ahí?
Tigger estaba ahí, sintiéndose saltarín de nuevo.
—Si —dijo Christofer Robin—, Tigger está aquí.
—Bueno, dale las gracias de mi parte —dijo Igor.
