Érase una vez, en una pequeña, cálida y acogedora casa llena de alegría navideña, cuatro vivaces niños: Nellie, Florence, Robert y Edward. Entusiasmados por las próximas fiestas, decidieron pasar un día imaginando y compartiendo sus más queridos deseos navideños.
—Hablemos de Navidad —dijo Nellie, con los ojos brillantes como estrellas.
—Y pidamos cada uno un deseo de Navidad —añadió Florence, llena de ilusión.
Sus mentes bullían de ideas, y Robert sugirió entusiasmado:
—¡Y veremos si conseguimos lo que deseamos!
Edward, el más organizado, propuso:
—Muy bien. ¿Quién deseará primero?
En ese momento, un suave resplandor llenó la habitación y apareció una figura misteriosa pero amable. Era el Hada de la Navidad, que llevaba un largo vestido blanco, una corona de oro y una varita resplandeciente.
—¡Oh, hay alguien! —jadeó Robert.
—Me pregunto quién será —reflexionó Florence.

Sintiéndose un poco asustada, Nellie susurró:
—¡Tengo miedo!
Pero el valiente Edward aseguró a sus hermanas:
—¡Uf, las niñas son gatas miedosas! Le preguntaré cómo se llama.
El Hada de la Navidad, sintiendo su aprensión, los tranquilizó suavemente:
—No me tengan miedo, queridos niños. Soy la reina de las Hadas de Navidad —y con un movimiento de su varita, la habitación se llenó de un calor reconfortante.
Florence, picada por la curiosidad, preguntó:
—¿Dónde vives?
—¿Ayudas a Santa Claus a traer los regalos de Navidad? —añadió Robert, con un brillo en los ojos.
El Hada de la Navidad asintió y explicó:
—Cuido de los niños y niñas buenos y me encargo de que reciban regalos en Navidad.
—¡Oh, he sido bueno todo el año! —exclamó Edward. Nellie, Robert y Florence se hicieron eco:
—¡Nosotros también!
El Hada de la Navidad se rio entre dientes:
—Sí, se han portado muy bien. Hace un momento los he oído decir que iban a pedir deseos de Navidad, así que he venido a oírlos.
Después de escuchar sus deseos, el Hada de la Navidad accedió a transmitir sus deseos a Santa Claus. Nellie pidió una muñeca, un juego de té y un anillo de oro. Robert y Edward pidieron pistolas de aire comprimido, patines, caramelos, libros de cuentos, trineos y un reloj. Florence, sin embargo, no estaba segura.
—Si sólo pido una cosa, ¿puedo pedir algo que cueste mucho dinero? —preguntó.
Cuando pidió una silla de ruedas, todo el mundo se quedó confuso. Era para una niña enferma llamada Bessie, que vivía cerca y necesitaba desesperadamente una, pero su familia no podía permitírsela.
—No me importa no recibir regalos este año si la pobre Bessie puede tener la silla de ruedas —explicó Florence.
Edward la llamó tonta, pero el Hada de la Navidad sonrió.
—Querida niña, tú tienes el verdadero espíritu navideño. Piensas más en los demás que en ti misma. Los niños más felices son los que prefieren dar a recibir. Bessie tendrá su silla de ruedas, y tú también serás recordada por Santa Claus.
Y así, el Hada de la Navidad desapareció en la noche, dejando tras de sí un rastro de luz de estrellas. Los niños, ahora llenos de esperanza y expectación, esperaron a que se desplegara la magia de la Navidad.
Y así, queridos míos, recuerden que la Navidad es una época de dar y de amar. Piensen en los demás, sea amables y dejen que su corazón se llene del verdadero espíritu de la Navidad. Buenas noches y dulces sueños de una Navidad mágica.